miércoles, 12 de junio de 2013

12 de Junio



Aquella noche, en el Café americano de Rick, la melancolía tenía barra libre desde hacía varias horas. Rick Blaine se quitó la americana blanca con la que llegó, encendió el último pitillo y comenzó a sacar cervezas a los allí presentes. Apenas había conversaciones en las que sumergirse. En una esquina, dispuestos en una mesa redonda cercana a una de las ventanas que daba a la calle, estaba un grupo sin dirigirse la palabra. Los componentes del mismo miraban al exterior con los mismos ojos que un niño observa un regalo en reyes. Todo llamaba su atención. Jack Shephard, Kate Austen, Sawyer, John Locke, Jarrah y Hurley  bebían despacio sus respectivas cervezas heladas. Hurley adelantó su gran cuerpo y, sin quitar la vista de la ventana, dijo:
-          Al final, Vas a agradecerle al mar esta visión -nadie continuó aquella frase lanzada al aire y que vivía apoyada en un leve suspiro-. Aun así, sigo sin entender aquel final…- Locke le hizo una señal con la mano, un leve movimiento con su dedo índice y todo volvió al silencio.

En la barra del bar, centrado al viejo espejo que recorría la pared trasera del mostrador, bebía un dulce pacharán en vaso corto, el joven Peter Parker. Revisaba, con no poca atención, su cámara Pentax de carrete. Justo a su lado, el indescriptible Lebowski bebía su ya tradicional ruso blanco. Se levantó las gafas de sol y, ladeando su cabeza hacia Peter, le inquirió:
-          Si volviésemos a 1985 y mirásemos ese modelo de cámara, seguro que ya estaba desfasada. Amigo Peter, compra otra nueva.
El joven Parker se subió las gafas con un leve movimiento de su dedo corazón dejando, durante un segundo, ese dedo estirado en señal de descortesía.
-          Lebowski, lo que dices va Rumbo al corazón...- hizo una pausa y, sin mirarle, continuó- es lo que tiene la Ambigüedad.

En ese momento se abrió la puerta del local dejando entrar un poco de luz ocre del exterior. Todos entrecerraron los ojos y se giraron para ver quién era el culpable de aquella nueva situación. Marty McFly, embutido en su chaleco rojo no dejaba de mirar el reloj de su muñeca. Miró a su alrededor y habló para todos los presentes:
-          Cada vez está peor esto de aparcar por este barrio. He tenido que dejar el DeLorean tres cuadras más allá. Esta ciudad  no está hecha De arena y cemento, sino de coches y más coches.
Sin dar tiempo a terminar la frase y sin dejar de girar la moneda con la que jugaba sobre la mesa, el viejo Cohen añadió:
-          No te quejes McFly. Yo lo he tenido que dejar detrás del Chelsea Hotel.
Sin inmutarse, dejó despacio su juguete y terminó los restos de whisky que flotaban entre el hielo.

Marty buscó un hueco en la barra y, volviendo a comprobar su reloj, se sentó junto a un hombre vestido completamente de negro.
-          Hombre, Mi vecino del tercero. El señor Walter White.
El hombre de negro le miró y, subiéndose el sombrero que cubría su afeitada cabeza, le increpó:
-          Llámame Heisenberg. No es difícil chaval. Te da igual que sean Las siete de la mañana que las doce de la noche, siempre tocas las narices igual.

Rick medió en la conversación con dos nuevas jarras de cerveza.
-          Tranquilos amigos. Aprender de Céline y Jesse.
Los que estaban en la barra dejaron de preocuparse por sus bebidas y se volvieron, en un acto compulsivo y violento, hacia la pareja que ocupaba una mesa apartada. En el silencio se pudo escuchar a Céline decir lo siguiente:
-          Olvídalo. No sigas utilizando tu Estrategia de poeta. El tiempo ha pasado y ya no somos los de 10 años atrás.
Jesse sonreía y, moviendo su mano en dirección a la de ella e inclinándose hacia su rostro le susurró:
-          No te preocupes, El salvavidas está bajo el asiento- y sonrió.
El silencio fue tal que la pareja noto en sus espaldas las miradas intrusas de los presentes. Céline retiró la mano y Jesse se recostó de nuevo en la silla.

-          Puto amor de mierda- recriminó en voz alta Deb Morgan.
Su hermano, Dexter, la miró y, elevando sus cejas en modo de desaprobación hacia el comentario de su hermana, bebió su cerveza. Se separó de la botella y, sin dejarla en la barra y señalando a su hermana con la misma, le comentó:
-          Hermana, No todo está perdido.
-          ¿Cómo qué no? –respondió Deb-. Ésta es tu jodida Teoría del caos. ¡Ésto es el colmo!

Carrie y Brody se miraron al escuchar aquella frase. Sabían que ellos lo habían pasado mal, pero ahora todo había cambiado.
-          ¿Recuerdas aquellas discusiones?- le comentó Carrie.
-          Sí, y lo mejor fue como tiramos Palante –le respondió Brody-. Debe ser Esta primavera que no hay quién la entienda.

El tiempo pasaba entre la melancolía del momento y la tristeza por lo que se acercaba. Peter Parker recogió todo su material, se levantó y se metió en el baño. En ese momento Rick encendió su último pitillo a la vez que gritaba:
-          ¡Señores y señoras, ya es hora de cerrar! Es hora de dejar Volar a la noche. ¡Señor Damian Rice!, deje el piano y salga a la calle. Espero ver por fin Tu risa en la Alameda. Qué hombre tan serio; se parece a mí.

Peter Parker salió del baño vestido con su traje azul y rojo y con la máscara de Spiderman reposando sobre la frente. Su traje se ajustaba a su cuerpo como un verso lo hace al corazón; en perfecta simbiosis.
Comenzó unos estiramientos de brazos y piernas, y, agarrando su mochila de trabajo, salió por la puerta cubriéndose el rostro y pasando de ser una persona anónima a un conocido salvador.
-          Ojala yo pudiese tener Superpoderes como él- suspiró alguien desde la oscuridad.
-          Déjalo Bruce, tú eres Batman. No quieras ser él ni ir dando por ahí El beso del arácnido –le respondió Rick-. Y todos los demás, ¡fuera!

Un estruendoso ruido de sillas inundó el local.
-          Vamos amigos, parecéis zombis –comentó en tono jocoso Rick Grimes a la vez que se colocaba su sombrero de sheriff-. Ya veréis Cuando despierte esta guerra.

En unos minutos el bar quedó vacío. Rick se dirigió al cuadro de luces. Bajó los interruptores y el bar quedó en penumbras. La luz de las farolas penetraba entre los ventanales dejando una hermosa y triste fotografía en blanco y negro. Cogió su gabardina, salió a la calle y, justo en el momento de dar la última vuelta a la cerradura, miró al cielo negro y al antiguo cartel del bar. Dio dos pasos atrás y colocó el cartel que llevaba en el bolsillo. Lo centro y volvió a mirar al cielo. Espero que sea por poco tiempo, pensó. Se subió el cuello del abrigo para resguardar su cuello del frío nocturno y, por última vez, leyó el aviso que quedaba anclado en la puerta:

CERRADO HASTA NUEVO DISCO”



(J. Álvaro Gómez, poeta, escritor y sobre todo mi amigo). 


2 comentarios:

Alfaro dijo...

¡Qué maravilla! qué bien escrito! qué poeta Don Álvaro... me ha encantado. Ha creado un ambiente, una película... Manuel, puedes estar muy orgulloso de lo que generan tus canciones. ¡Bien por Álvaro!

Nurocas dijo...

Hey, me ha encantado, no sabía yo de este espacio tuyo, me pasaré por aquí de vez en cuando, si no te importa :).
Gran ''closing time''