Aún cuando el mundo esté inundado de tinieblas
tu mirada siempre será la luz más brillante en mi camino.
Aún cuando la tierra parezca temblar y hundirse bajo mis pies
tus manos siempre serán esa maroma fuerte
a la que agarrarme
y evite mi caída hacia el abismo.
Tu cuerpo es para mí el reducto de paz definitivo.
Es como estar sentado a la orilla de un río
escuchando el rumor del agua fluir entre las rocas.
Y no quiero ser tu dueño, no quiero que seas mía.
Déjame quedarme tan solo con una parte de tu cuerpo
Quizá tu escotadura supraesternal
tu Bósforo de Almassy, por ejemplo.
El hueco que dejas al comienzo de tu cuello
donde sin duda me atrevería
a depositar allí toda mi alma.
Quizá es que esté profundamente enamorado,
Desolado, perdido, rendido ante la belleza que proyectas
sobre mí, no soy más que un soldado frágil,
herido ya de muerte por tu sexo.
Así que cuando no esté a tu lado, recuerda esto,
localiza esa parte de tu cuerpo, ese estrecho torácico,
esa fosa yugular, y acarícialo, porque será mi alma ajada
y en oferta, lo que en verdad estés acariciando.
Claro que me gustan tus pies, tus manos, tus pechos, el delta
que conduce a la locura y a tu exceso, las curvas majestuosas
de tus suaves y duros glúteos.
Pero si he de residir de forma cósmica o etérea
lo haría en esa fosa que hay en tu cuello,
tu Bósforo de Almassy,
Ese sería sin duda el Paraíso,
mi hogar más añorado y placentero.
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