Aquella noche, en
el Café americano de Rick, la melancolía tenía barra libre desde hacía varias
horas. Rick Blaine se quitó la americana blanca con la que llegó, encendió el
último pitillo y comenzó a sacar cervezas a los allí presentes. Apenas había
conversaciones en las que sumergirse. En una esquina, dispuestos en una mesa
redonda cercana a una de las ventanas que daba a la calle, estaba un grupo sin
dirigirse la palabra. Los componentes del mismo miraban al exterior con los
mismos ojos que un niño observa un regalo en reyes. Todo llamaba su atención. Jack
Shephard, Kate Austen, Sawyer, John Locke, Jarrah y Hurley bebían despacio sus respectivas cervezas
heladas. Hurley adelantó su gran cuerpo y, sin quitar la vista de la ventana,
dijo:
-
Al final, Vas a agradecerle al mar esta visión -nadie continuó aquella frase
lanzada al aire y que vivía apoyada en un leve suspiro-. Aun así, sigo sin
entender aquel final…- Locke le hizo una señal con la mano, un leve movimiento
con su dedo índice y todo volvió al silencio.
En la barra del bar,
centrado al viejo espejo que recorría la pared trasera del mostrador, bebía un
dulce pacharán en vaso corto, el joven Peter Parker. Revisaba, con no poca
atención, su cámara Pentax de carrete. Justo a su lado, el indescriptible Lebowski
bebía su ya tradicional ruso blanco. Se levantó las gafas de sol y, ladeando su
cabeza hacia Peter, le inquirió:
-
Si volviésemos a 1985 y mirásemos ese modelo de cámara,
seguro que ya estaba desfasada. Amigo Peter, compra otra nueva.
El joven Parker se
subió las gafas con un leve movimiento de su dedo corazón dejando, durante un
segundo, ese dedo estirado en señal de descortesía.
-
Lebowski, lo que dices va Rumbo al corazón...- hizo una pausa y,
sin mirarle, continuó- es lo que tiene la Ambigüedad.
En ese momento se
abrió la puerta del local dejando entrar un poco de luz ocre del exterior.
Todos entrecerraron los ojos y se giraron para ver quién era el culpable de
aquella nueva situación. Marty McFly, embutido en su chaleco rojo no dejaba de
mirar el reloj de su muñeca. Miró a su alrededor y habló para todos los
presentes:
-
Cada vez está peor esto de aparcar
por este barrio. He tenido que dejar el DeLorean tres cuadras más allá. Esta
ciudad no está hecha De arena y cemento, sino de coches y más
coches.
Sin dar tiempo a
terminar la frase y sin dejar de girar la moneda con la que jugaba sobre la
mesa, el viejo Cohen añadió:
-
No te quejes McFly. Yo lo he
tenido que dejar detrás del Chelsea Hotel.
Sin inmutarse, dejó
despacio su juguete y terminó los restos de whisky que flotaban entre el hielo.
Marty buscó un
hueco en la barra y, volviendo a comprobar su reloj, se sentó junto a un hombre
vestido completamente de negro.
-
Hombre, Mi vecino del tercero. El señor Walter White.
El hombre de negro
le miró y, subiéndose el sombrero que cubría su afeitada cabeza, le increpó:
-
Llámame Heisenberg. No es difícil
chaval. Te da igual que sean Las siete de
la mañana que las doce de la noche, siempre tocas las narices igual.
Rick medió en la
conversación con dos nuevas jarras de cerveza.
-
Tranquilos amigos. Aprender de
Céline y Jesse.
Los que estaban en
la barra dejaron de preocuparse por sus bebidas y se volvieron, en un acto compulsivo
y violento, hacia la pareja que ocupaba una mesa apartada. En el silencio se
pudo escuchar a Céline decir lo siguiente:
-
Olvídalo. No sigas utilizando tu Estrategia de poeta. El tiempo ha pasado
y ya no somos los de 10 años atrás.
Jesse sonreía y,
moviendo su mano en dirección a la de ella e inclinándose hacia su rostro le
susurró:
-
No te preocupes, El salvavidas está bajo el asiento- y
sonrió.
El silencio fue tal
que la pareja noto en sus espaldas las miradas intrusas de los presentes.
Céline retiró la mano y Jesse se recostó de nuevo en la silla.
-
Puto amor de mierda- recriminó en
voz alta Deb Morgan.
Su hermano, Dexter,
la miró y, elevando sus cejas en modo de desaprobación hacia el comentario de
su hermana, bebió su cerveza. Se separó de la botella y, sin dejarla en la
barra y señalando a su hermana con la misma, le comentó:
-
Hermana, No todo está perdido.
-
¿Cómo qué no? –respondió Deb-. Ésta
es tu jodida Teoría del caos. ¡Ésto
es el colmo!
Carrie y Brody se
miraron al escuchar aquella frase. Sabían que ellos lo habían pasado mal, pero
ahora todo había cambiado.
-
¿Recuerdas aquellas discusiones?-
le comentó Carrie.
-
Sí, y lo mejor fue como tiramos Palante –le respondió Brody-. Debe ser Esta primavera que no hay quién la entienda.
El tiempo pasaba
entre la melancolía del momento y la tristeza por lo que se acercaba. Peter
Parker recogió todo su material, se levantó y se metió en el baño. En ese
momento Rick encendió su último pitillo a la vez que gritaba:
-
¡Señores y señoras, ya es hora de
cerrar! Es hora de dejar Volar a la
noche. ¡Señor Damian Rice!, deje el piano y salga a la calle. Espero ver por fin
Tu risa en la Alameda. Qué hombre tan
serio; se parece a mí.
Peter Parker salió
del baño vestido con su traje azul y rojo y con la máscara de Spiderman reposando
sobre la frente. Su traje se ajustaba a su cuerpo como un verso lo hace al
corazón; en perfecta simbiosis.
Comenzó unos
estiramientos de brazos y piernas, y, agarrando su mochila de trabajo, salió
por la puerta cubriéndose el rostro y pasando de ser una persona anónima a un
conocido salvador.
-
Ojala yo pudiese tener Superpoderes como él- suspiró alguien desde
la oscuridad.
-
Déjalo Bruce, tú eres Batman. No
quieras ser él ni ir dando por ahí El
beso del arácnido –le respondió Rick-. Y todos los demás, ¡fuera!
Un estruendoso
ruido de sillas inundó el local.
-
Vamos amigos, parecéis zombis
–comentó en tono jocoso Rick Grimes a la vez que se colocaba su sombrero de
sheriff-. Ya veréis Cuando despierte esta
guerra.
En unos minutos el
bar quedó vacío. Rick se dirigió al cuadro de luces. Bajó los interruptores y
el bar quedó en penumbras. La luz de las farolas penetraba entre los ventanales
dejando una hermosa y triste fotografía en blanco y negro. Cogió su gabardina,
salió a la calle y, justo en el momento de dar la última vuelta a la cerradura,
miró al cielo negro y al antiguo cartel del bar. Dio dos pasos atrás y colocó
el cartel que llevaba en el bolsillo. Lo centro y volvió a mirar al cielo. Espero que sea por poco tiempo, pensó. Se
subió el cuello del abrigo para resguardar su cuello del frío nocturno y, por
última vez, leyó el aviso que quedaba anclado en la puerta:
“CERRADO HASTA NUEVO DISCO”
(J. Álvaro Gómez, poeta, escritor y sobre todo mi amigo).
2 comentarios:
¡Qué maravilla! qué bien escrito! qué poeta Don Álvaro... me ha encantado. Ha creado un ambiente, una película... Manuel, puedes estar muy orgulloso de lo que generan tus canciones. ¡Bien por Álvaro!
Hey, me ha encantado, no sabía yo de este espacio tuyo, me pasaré por aquí de vez en cuando, si no te importa :).
Gran ''closing time''
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